El agua es un elemento básico para la vida en la Tierra, pero además es crucial para el desarrollo social y económico a nivel mundial. Sin embargo, no siempre es fácil tener acceso a agua potable tanto para el consumo humano directo como para, por ejemplo, la industria alimentaria.
El tratamiento con hipoclorito de sodio es la forma más eficiente de desinfectar el agua para potabilizarla. Este no solo la hace apta para el consumo humano, sino que garantiza que se mantenga desinfectada durante todo el recorrido, desde la planta potabilizadora hasta su salida por el grifo o su correcto almacenaje, ya que el hipoclorito de sodio es muy efectivo contra los microbios que pueden habitar en el agua, como bacterias, virus, hongos y algas.
Así, podemos afirmar que el 100% de la población a nivel mundial necesita hipoclorito de sodio para desinfectar y tratar el agua de consumo, pero a la vez un amplio porcentaje de la población no tiene acceso directo a esta materia, sino que tiene que importarlo.
La importación tiene un gran inconveniente: El hipoclorito de sodio está considerado como un material peligroso por el ADR, lo que por una parte limita o impide su distribución en determinados países, y por otra encarece su transporte, ya que se requieren contenedores especiales para el transporte de este tipo de mercancías.
¿Cómo se fabrica el hipoclorito de sodio?
El hipoclorito de sodio fue descubierto en el s. XVIII por Claude Louis Berthollet, un químico francés, que lo dio a conocer como l’eau de Javel o lejía, aunque fue el farmacéutico Antoine Germain Labarraque quién descubrió la capacidad de desinfección del hipoclorito de sodio.
Se trata básicamente de un compuesto que contiene cloro en estado de oxidación (NaClO). Disuelto en agua se conoce como lejía, y lo podemos encontrar en estado sólido como sal pentahidratada.
Mediante un proceso de electrólisis aplicado a una solución salina o salmuera, obtenemos el hipoclorito de sodio. De forma muy simplificada, en una célula de electrólisis se introduce la sal con agua (que es básicamente cloruro de sodio), y gracias a la corriente eléctrica se producen cloro y sosa, los cuales reaccionan inmediatamente para formar el hipoclorito de sodio.
El uso del hipoclorito de sodio para tratar y potabilizar el agua
Como hemos comentado, hoy en día el hipoclorito de sodio es esencial para que las personas puedan tener acceso a agua potable. La ingestión de agua contaminada puede tener efectos muy nocivos e incluso letales en la salud, ya que las bacterias, virus, insectos o larvas que contiene el agua contaminada pueden provocar cólera, diarrea, fiebre tifoidea, malaria, dengue o zika, entre otras. De hecho, según la OMS, las enfermedades diarreicas están entre las 10 enfermedades que más muertes provocan en el mundo, especialmente en países con una renta per cápita baja.
Para potabilizar el agua y evitar estos riesgos se le añade hipoclorito de sodio, como máximo un 10% del volumen de agua. El hipoclorito de sodio también se utiliza para tratar las aguas residuales e industriales, por su capacidad para eliminar microorganismos como las bacterias, los virus y los hongos.
Así, tenemos que el hipoclorito de sodio es una necesidad global para tener agua potable para el consumo humano, pero a la vez es una materia que no se puede transportar fácilmente debido a sus restricciones como materia peligrosa —ya que, por sí solo, es tóxico y altamente irritante, y muy peligroso en contacto con otros agentes como el amoníaco o cualquier ácido. ¿Ante qué escenario nos deja esto?
Una alternativa cada vez más extendida es la instalación de plantas de electrólisis para producir hipoclorito de sodio localmente. Esto resuelve la demanda local, evita los riesgos y restricciones de transporte, y además reduce los costes asociados a la potabilización y tratamiento de agua y sus procesos derivados a los que se aplique esta agua, en el caso de la industria.
De hecho, y dado que la demanda global de hipoclorito de sodio se prevé que tenga un crecimiento anual del 5% en el período 2021-2030, hay cada vez más empresas que están optando por la instalación de una planta de electrólisis como inversión de futuro o para suplir su propia demanda a nivel local. Un mercado no solo en auge sino seguro, porque está claro que nunca dejaremos de necesitar agua para vivir.